El evento AT2024tvd reveló un supermasivo fuera de eje, confirmando teorías sobre agujeros negros expulsados por fusiones.
Los agujeros negros suelen ser sinónimos de oscuridad central, voraces núcleos gravitatorios instalados en el corazón de las galaxias. Pero el hallazgo reciente registrado por el Telescopio Espacial Hubble rompe esa lógica. Por primera vez, los astrónomos lograron identificar un agujero negro supermasivo errante, desplazado del centro de su galaxia, que devoró una estrella en lo que se conoce como evento de disrupción por marea (TDE).
El fenómeno, denominado AT2024tvd, ocurrió a unos 600 millones de años luz de la Tierra y fue detectado inicialmente por el Zwicky Transient Facility (ZTF). Pero fue el Hubble, junto con el Observatorio Chandra y el Very Large Array, quienes confirmaron la anomalía: el destello de radiación ultravioleta y rayos X no provenía del núcleo galáctico, sino de una región desplazada. Allí, en la penumbra entre las estrellas, un agujero negro de un millón de masas solares, bautizado informalmente como “Space Jaws”, había atrapado una estrella y la despedazó con su gravedad.
El estómago de un monstruo solitario
Cuando una estrella se acerca demasiado a un agujero negro, no cae de una sola vez. Es estirada, triturada, desgarrada, convertida en un filamento ardiente que gira frenéticamente mientras cae. Esa “espaguetificación” no solo libera enormes cantidades de energía, sino que delata al depredador cósmico, que de otro modo sería invisible.
Lo notable de este TDE es que ocurrió a 2.600 años luz del agujero negro central de su galaxia. Es la primera vez que un evento así se asocia a un agujero negro no central. Y no uno pequeño: es supermasivo. Pero ¿cómo llegó hasta ahí?
El destierro de un gigante
La teoría más aceptada apunta a una interacción triple entre agujeros negros, donde el de menor masa es expulsado tras una danza gravitatoria caótica en el centro galáctico. Otra posibilidad es que el agujero negro errante provenga de una galaxia menor fusionada en el pasado, cuyos restos nunca llegaron a integrarse del todo al núcleo dominante.
Lo que sabemos es que no está vinculado gravitacionalmente al agujero negro central, que lo supera cien veces en masa. Y lo que no sabemos es hacia dónde va. Podría estar espiralando lentamente hacia una futura colisión —que, si ocurre, provocaría una emisión de ondas gravitacionales colosal— o bien estar escapando, condenado a vagar por los bordes galácticos en silencio.
Una nueva clase de depredadores invisibles
Hasta ahora, todos los TDE detectados ópticamente se asociaban a agujeros negros centrales. Este hallazgo cambia las reglas del juego: sugiere que hay más agujeros negros errantes de lo que pensábamos, silenciosos, ocultos, y potencialmente más peligrosos por impredecibles.
“Los teóricos habían predicho su existencia, pero nadie los había visto así. Ahora podemos usar estos eventos de disrupción para encontrarlos”, explicó Ryan Chornock, de la Universidad de California en Berkeley. Y el equipo de Yuhan Yao, autora principal, anticipa que telescopios como el Observatorio Vera C. Rubin o el Nancy Grace Roman podrían multiplicar estos hallazgos en el futuro.
Entre la ficción y lo real
La imagen es inquietante: un agujero negro de un millón de soles, desplazado de su eje, que acecha en la periferia y de pronto estalla de luz al engullir una estrella. Lo que antes era dominio exclusivo del cine, ahora es parte del repertorio comprobado de la astrofísica.
A veces, lo que más asusta en el cosmos no es lo que está en el centro, sino lo que anda suelto.
Fuente: DOI: 10.3847/2041-8213/add7de
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