Con dos tercios del Senado, las leyes resistieron el veto presidencial. La crisis del sistema público expone el aislamiento político del gobierno libertario.
El Senado de la Nación no solo rechazó los vetos presidenciales contra las leyes de emergencia pediátrica y financiamiento universitario. Lo que hizo fue, en términos concretos, recordarle a Javier Milei que su poder no es absoluto y que el país, mal que le pese, tiene Congreso.
Con 59 votos afirmativos sobre 69 presentes, la Cámara alta reactivó la ley que declara la emergencia en el Hospital Garrahan. Poco después, con 58 votos, también volvió a la vida la norma que garantiza fondos actualizados para las universidades públicas. Ambas necesitaban dos tercios. Ambas los superaron sin transpirar.
Y esto es más que un trámite legislativo: es una señal política de agotamiento. El Gobierno había vetado estas normas con el argumento de que no había plata. Pero lo cierto es que tampoco hay gestión, ni plan sanitario, ni rumbo educativo. Solo ajuste, promesas rotas y un caos creciente.
Mientras tanto, la situación social no da tregua. El Garrahan amaneció paralizado por más de 24 horas de paro. Más de 200 profesionales ya abandonaron el hospital en lo que va del conflicto. El bono salarial anunciado por el Gobierno semanas atrás (450 mil pesos para médicos, 350 mil para otros trabajadores) fue considerado “insuficiente” por los gremios.
Del otro lado, el sistema universitario vive un desfinanciamiento crónico, salarios docentes pulverizados y estructuras edilicias al borde del colapso. Pero para Milei, eso es gasto. Ideología. "Zurda parasitaria".
Ni siquiera la bandera del equilibrio fiscal alcanza para justificar los vetos: se cae a pedazos cuando el mismo Ejecutivo suspende la implementación de la ley de Emergencia en Discapacidad —también reactivada por el Congreso—, escudándose en tecnicismos presupuestarios.
¿Se puede gobernar así? ¿Con un Congreso en rebeldía, una calle movilizada, hospitales en crisis y universidades quebradas? El propio Milei dijo en campaña que si el Congreso le trababa su plan, usaría decretos. Pero eso tiene un límite. Político y legal.
El oficialismo, hoy, depende de artilugios y marketing. El escándalo por supuestas coimas en la ANDIS, con la hermana presidencial en el centro, es solo una señal más del deterioro. Ni la bendición yanqui ni las concesiones al campo logran maquillar la falta de resultados. La economía no despega. La conflictividad crece. Y la política —esa que Milei odia— está empezando a devolverle el golpe.
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