“Ha regresado a la Casa del Padre”. Así, con esas palabras, se anunció esta madrugada la muerte del papa Francisco.
Fue un gesto final, cargado de la misma mística y humanidad que marcaron toda su vida. Jorge Mario Bergoglio —el cura argentino que llegó a ser papa— partió a los 88 años, dejando un vacío difícil de llenar y una historia que vale la pena conocer, sobre todo si tenés menos de 30 y pensás que la Iglesia es cosa de otros tiempos.
Francisco fue distinto. No lo decimos por ser el primer papa latinoamericano, ni por haber venido "del fin del mundo", como él mismo dijo cuando lo eligieron. Fue distinto porque eligió estar con los que no tienen voz. Porque rompió moldes. Porque se animó a decir cosas que incomodaron a muchos, incluso dentro de su propia Iglesia.
¿Sabías que mientras el mundo se caía en pedazos por la pandemia, él escribió una encíclica hablando de fraternidad, diciendo que nadie se salva solo? ¿O que fue uno de los pocos líderes globales que puso en palabras lo que millones sienten todos los días: que este sistema económico deja a demasiada gente afuera?
Francisco no fue perfecto. Tuvo críticas, sombras, decisiones discutidas. Pero su legado está lleno de gestos que hablaron más fuerte que mil discursos. Cuando decidió vivir en una residencia común en vez del lujoso palacio papal. Cuando abrazó a personas sin hogar, a migrantes, a víctimas de abusos. Cuando pidió perdón, incluso en nombre de una Iglesia que muchas veces calló cuando debía gritar.
En Argentina, su país, fue tan querido como cuestionado. Algunos lo vieron como un referente moral; otros, como un actor político incómodo. Nunca vino a visitar oficialmente, y eso también dejó marcas. Pero incluso desde Roma, su mirada siempre volvió a las villas, a los trabajadores descartados, a los jóvenes sin futuro. A los que el poder nunca escucha.
Hoy, cuando el mundo lo despide, no es solo un líder religioso el que se va. Es un símbolo de algo más grande: de que se puede tener fe y compromiso social al mismo tiempo. De que se puede ser espiritual sin volverse indiferente. De que se puede creer sin dejar de pensar.
Si nunca te interesó mucho la figura del papa o te parece que la religión es algo lejano, quizás esta sea una buena oportunidad para redescubrir a Francisco. No por lo que representó, sino por lo que hizo. Por los valores que defendió. Por su forma de habitar el poder: con humildad, con coraje, con empatía.
Se fue a la Casa del Padre, como anunciaron esta madrugada. Pero dejó algo acá, entre nosotros. No un dogma, sino una invitación: mirar al que está al lado. Escuchar al que sufre. Vivir con un poco más de justicia.
Y eso, incluso para quienes no creen en nada, ya es mucho.
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