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Lun, Mar

Ciencia y Tecnología

En una ironía digna de Silicon Valley, el intento de Meta por silenciar a Sarah Wynn-Williams resultó ser el mejor plan de marketing para sus memorias. La paradoja es contundente, mientras Meta proclama su defensa de la libertad de expresión, impide que una exdirectiva hable sobre su propia experiencia laboral.

Sarah Wynn-Williams fue durante seis años una de las voces más influyentes dentro de Facebook —hoy Meta—. Exdiplomática neozelandesa, convenció a Mark Zuckerberg de crear el puesto de Directora de Políticas Públicas Globales.

Pero ese vínculo, que alguna vez pareció prometedor, terminó como una historia de censura, miedo y ruptura. El intento de callarla fracasó. Su libro "Careless People" es ahora un éxito editorial, a pesar —o justamente por— la ofensiva judicial de la compañía.

La paradoja es contundente: mientras Meta proclama su defensa de la libertad de expresión, impide que una exdirectiva hable sobre su propia experiencia laboral. Wynn-Williams no solo tiene vedada la promoción del libro, sino que podría quedar impedida legalmente de testificar ante organismos legislativos de EE.UU., Reino Unido o la Unión Europea sobre “temas de interés público”.

“Este éxito inicial es un triunfo contra el intento de Meta de detener la publicación de este libro”, celebró Joanna Prior, CEO de la editorial Pan Macmillan. Y tiene razones para festejar: en EE.UU., el libro vendió 60.000 ejemplares en su primera semana; en Reino Unido, mil por día durante tres jornadas consecutivas.

El lado B del imperio digital

Careless People no es una denuncia anónima ni una recolección de rumores. Es el relato directo de alguien que estuvo adentro. Que caminó los pasillos de Menlo Park, que almorzó con Zuckerberg y que fue testigo de la transformación de una startup utópica en una maquinaria global de manipulación, codicia y cinismo.

El libro arranca con un hecho brutal: Wynn-Williams, de niña, sobrevivió a un ataque de tiburón. La metáfora es clara. El resto del relato se sumerge en las entrañas de una cultura corporativa que romantiza la disrupción tecnológica mientras normaliza la explotación laboral y el desprecio por el daño social.

Zuckerberg aparece retratado como una figura fría, obsesiva, desconectada del impacto humano de sus decisiones. Su ideología, que la autora describe como un “peculiar fervor maoísta”, se plasma en un “libro rojo” que recibían todos los empleados al ingresar. Pero esa mística, con los años, dio paso al pragmatismo feroz del lucro sin ética.

Sheryl Sandberg, entonces número dos de Meta y autora de “Lean In”, tampoco sale ilesa. La autora la describe como una figura egocéntrica, que exigía a su equipo femenino promover su libro fuera del horario laboral. En un momento grotesco, Wynn-Williams revela que le envió notas a Sandberg para una reunión en Davos mientras estaba pariendo. “Deberías pujar, pero no presionar ‘¡enviar!’”, le dijo su obstetra.

Meta, ética y marketing tóxico

El punto de inflexión llega cuando Wynn-Williams observa un patrón preocupante: ejecutivos que no permiten que sus hijos tengan celulares. “Entienden el verdadero daño que su producto causa en las mentes jóvenes”, escribe. En 2017, un documento interno reveló que la plataforma permitía a marcas apuntar a adolescentes que expresaban baja autoestima. Si una chica borraba una selfie, era candidata ideal para un anuncio de cosmética.

En paralelo, Facebook se metía de lleno en campañas políticas oscuras. La autora denuncia cómo la plataforma fue clave para la elección de Donald Trump en 2016: desinformación dirigida, desincentivo del voto entre grupos adversos y la total indiferencia de Zuckerberg, que en vez de escandalizarse, admiró el ingenio de la estrategia.

Más preocupante aún fue la expansión internacional. En países con gobiernos autoritarios o con pobre infraestructura digital, Facebook ofrecía su producto como una vía de “orden social”. En Myanmar, según la ONU, la red social fue instrumental en fomentar el odio contra los rohinyás. Meta, ante esos señalamientos, reaccionó con el mismo reflejo de siempre: negar, relativizar, enterrar.

¿Por qué se quedó?

Una pregunta flota entre las páginas del libro, y también entre sus lectores: si Wynn-Williams detectaba tanto veneno en la cultura corporativa, ¿por qué no se fue antes?

La autora admite que padecía problemas de salud y temía perder su seguro médico. También esboza una explicación más emocional: síndrome de Estocolmo. Estaba atrapada en una empresa que alguna vez amó, y que terminó convirtiéndose en un espacio tóxico. Pero el relato sugiere algo más: esa fidelidad inicial la cegó durante años.

“Muévete rápido y rompe cosas”

El lema histórico de Facebook hoy suena casi siniestro. En su afán de moverse rápido, Meta rompió cosas fundamentales: la privacidad, la convivencia democrática, la salud mental de millones. Y sigue haciéndolo.

Zuckerberg, que aún tiene solo 40 años, podría liderar la empresa “otros cincuenta años”, advierte la autora. Una comparación que inquieta: su permanencia podría durar tanto como la de la Reina Isabel II. Y en un mundo donde la información ya no es un derecho, sino un negocio, eso no es un dato menor.

Mientras tanto, Meta relanza su cruzada por la “libertad de expresión”. Eliminó a verificadores de datos y busca copiar las “Notas Comunitarias” de X (ex Twitter). Una jugada cínica, en línea con su nueva estrategia: dejar que circule todo, excepto lo que los perjudica.

Wynn-Williams puso su nombre, su historia y su carrera en juego. Y aunque Zuckerberg quiso censurarla, terminó amplificando su mensaje. Un mensaje incómodo, pero necesario.

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