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Lun, Nov

Economía

El texto firmado por el gobierno de Milei habilita estándares regulatorios externos, excluye a China y no mejora el acceso al mercado norteamericano.

El “acuerdo marco” anunciado entre Argentina y Estados Unidos no es un tratado de libre comercio ni un convenio recíproco: es una declaración unilateral de subordinación económica, política y normativa. El texto, publicado únicamente por la Casa Blanca, ni siquiera aclara si se trata de un acuerdo cerrado o una guía para imponer condicionamientos futuros según las prioridades de Washington.

Desde la eliminación de regulaciones locales hasta la apertura sin aranceles para productos norteamericanos, la letra chica revela una estructura desigual: derechos para EE.UU., obligaciones para Argentina, como sintetiza el Centro de Economía Política Argentina (CEPA).

Un acuerdo sin rédito comercial ni ventajas concretas

Prometido como la llave para eliminar aranceles al comercio bilateral, el acuerdo no logra mejorar el acceso de productos argentinos al mercado estadounidense. Los aranceles del 10 % impuestos por Trump en abril pasado apenas serían revisados, y ni siquiera se negoció la histórica tasa del 25 % que pesa sobre la carne fuera de cupo.

La investigadora del CONICET Luciana Ghiotto advierte que “Argentina no negoció nada relevante, ni siquiera una ampliación de cuotas o eliminación de barreras para sus productos principales”. Se trata, en sus palabras, de “un acuerdo flojo de papeles, sin contraprestaciones claras y con efectos peligrosos”.

Geopolítica en tiempos de friendshoring

El verdadero objetivo de esta movida no es comercial: es geopolítico. La firma de acuerdos similares con Guatemala, El Salvador y Ecuador el mismo día que con Argentina confirma que Washington avanza en una política hemisférica de rearme estratégico frente a la creciente influencia de China. La cámara AMCHAM lo dijo sin rodeos: el texto “es coherente con el friendshoring y la nueva reconfiguración de las cadenas de valor”.

De hecho, aunque el texto no nombra a China, está atravesado por alusiones a “seguridad nacional”, “materias primas críticas” y “cooperación en exportaciones estratégicas”. Argentina aparece allí no como socio, sino como pieza de ajedrez en la disputa hegemónica del siglo XXI.

Lo que se entrega: regulación local, normas técnicas y autonomía sanitaria

Uno de los aspectos más graves es la aceptación de estándares regulatorios y certificaciones extranjeras en áreas sensibles: dispositivos médicos, software, seguridad vehicular y medicamentos. Argentina no exigirá más validaciones nacionales para productos que cuenten con aprobación de la FDA, el ente norteamericano fuertemente cuestionado por su cercanía con laboratorios.

Esto no es apertura, es entrega: el país pasa a ser satélite regulatorio de EE.UU., perdiendo capacidad de decisión sobre su mercado interno. El ministro Sturzenegger lo denomina “modernización jurídica”; en la práctica, significa que el mercado argentino operará con reglas escritas en inglés y pensadas para otros intereses.

Un golpe al Mercosur y un divorcio con el Sur Global

Al habilitar condiciones especiales para productos estadounidenses, el acuerdo rompe el equilibrio aduanero del Mercosur y quiebra décadas de alineamiento comercial con el bloque. También excluye de plano cualquier relación autónoma con China, consolidando un alineamiento total con los intereses estadounidenses.

El resultado es claro: menos margen de maniobra externa, más dependencia, y una economía nacional cada vez más condicionada por decisiones ajenas.

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