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05
Mar, Ago

Interés General

“Trágicamente, cuando se crece en estas condiciones, esperar que todo dependa de un golpe de suerte parece lo más razonable”. La frase cierra un informe demoledor elaborado por el Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), bajo la dirección del padre Rodrigo Zarazaga, en conjunto con el think tank progresista FUNDAR.

El trabajo relevó las voces de 600 jóvenes de entre 16 y 24 años y sumó entrevistas profundas en barrios del sur, oeste y norte del conurbano bonaerense, así como en villas y asentamientos de la Ciudad de Buenos Aires.

El dato que salta a la vista es tan duro como irrefutable: el 60% de los jóvenes consultados cree que no podrá salir nunca de la pobreza o que sus chances son mínimas. Apenas un puñado se aferra a la esperanza, mientras que la mayoría se refugia en la resignación, el desencanto y —en muchos casos— el consumo.

La escuela, un espacio que ya no contiene

El rol de la escuela, en esta historia, está cruzado por una contradicción feroz. Por un lado, más del 90% de los jóvenes sueña con terminar el secundario. Un 40%, incluso, aspira a obtener un título universitario. Pero la realidad golpea fuerte: el 57% de quienes tienen entre 19 y 24 años no logró completar la escuela media.

¿Qué pasó en el medio? La necesidad de trabajar desde chicos (el 76% comenzó a hacerlo siendo menor de edad), el avance del narcomenudeo, el desencanto con una institución que, para muchos, no ofrece ni protección ni estímulo.

  • “Falto porque no tengo ganas de ir”, dice el 34% de los encuestados.
  • “Hay violencia en la escuela”, contesta el 56%.
  • “Suspenden las clases todo el tiempo”, se queja el 55%.

La percepción general es que la escuela está rota, deshilachada, ausente. Incluso aquellos que logran ingresar a la universidad se sienten perdidos. “No entiendo nada, no me prepararon”, confesó con angustia una joven hija de cartoneros que llegó a la UBA después de un secundario sin herramientas.

El barrio como frontera

En este vacío institucional, el barrio aparece como principal espacio de socialización. Pero lejos de ser un lugar de oportunidades, es un entorno hostil. El 50% de los jóvenes consumió alguna droga. El 43% tiene conocidos que venden. En la mayoría de los casos, el primer contacto con las sustancias se da entre los 13 y 14 años, aunque también hay casos desde los 9. El dato más crudo: en algunos barrios, los dealers directamente ofrecen pagar con plata o con droga.

La marginalidad se transformó en sistema. Y la escuela, en vez de interrumpir ese ciclo, se convirtió en otro eslabón más de la exclusión.

Iglesias y centros comunitarios: los últimos refugios

Entre tanta oscuridad, las iglesias y los centros comunitarios son los únicos espacios donde los jóvenes sienten que hay contención emocional. Lugares donde se los escucha, se los abraza, se les habla de valores o simplemente se les ofrece un plato de comida. Espacios que, en los márgenes del Estado, cumplen funciones de sostén que la escuela abandonó.

Pero incluso ahí, cuando se les pregunta por el futuro, los sueños aparecen disociados de la realidad. Muchos hablan de “milagros”, de “suerte”, de cosas que sólo pueden pasar “si Dios quiere”.

Porque crecer así, como señala el informe, es vivir en un presente que no empuja para adelante, sino que arrastra para abajo.

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