Un nuevo estudio coordinado por la Universidad Johns Hopkins, en conjunto con el programa nacional All of Us y publicado en NEJM Evidence, confirma lo que la medicina clínica sospechaba pero no dimensionaba del todo.
La obesidad, en sus distintas clases, se asocia directamente con 16 enfermedades crónicas que afectan a múltiples sistemas del cuerpo humano. Pero el dato más preocupante no es solo la lista, sino la intensidad del vínculo: en los casos de obesidad clase III (la más grave), el riesgo de padecer apnea obstructiva del sueño se multiplica por 10.
El trabajo analizó los registros médicos y parámetros físicos de 270.657 personas adultas en Estados Unidos, convirtiéndose en uno de los estudios más amplios y diversos realizados hasta ahora sobre obesidad. La información recolectada —que incluyó índice de masa corporal (IMC), antecedentes médicos y nivel socioeconómico— fue estratificada en categorías de peso normal, sobrepeso y obesidad clase I, II y III.
El hallazgo central es contundente: a mayor obesidad, mayor el riesgo de sufrir enfermedades como diabetes tipo 2, enfermedad hepática, insuficiencia cardíaca, hipertensión, osteoartritis, trombosis o reflujo gastroesofágico. En total, se evaluaron 16 condiciones, todas con una relación estadística significativa con el IMC elevado.
La obesidad como epicentro de múltiples dolencias
Los números hablan solos:
- Quienes tienen obesidad clase III son 10 veces más propensos a desarrollar apnea del sueño (HR: 10,94).
- Tienen un riesgo 7 veces mayor de padecer diabetes tipo 2 (HR: 7,74).
- Y una probabilidad 6 veces superior de sufrir enfermedad hepática metabólica (HR: 6,72).
Otras afecciones, como la osteoartritis o el asma, mostraron asociaciones más suaves pero igualmente relevantes. Según el estudio, la obesidad explica:
- El 51,5% de todos los casos de apnea obstructiva del sueño.
- El 36,3% de las enfermedades hepáticas por disfunción metabólica.
- Y el 14% de los cuadros de osteoartritis registrados en la muestra.
Lo más alarmante es que estos riesgos se mantuvieron constantes en todos los subgrupos, sin diferencias entre géneros, razas ni nivel educativo.
Una epidemia que no discrimina pero sí castiga más a los sectores vulnerables
Entre los participantes del estudio, el 42,4% tenía obesidad, y casi el 10% presentaba obesidad de clase III. Estos últimos, en su mayoría, eran mujeres, afroamericanos o personas con bajos ingresos y escaso acceso a educación formal. También tenían, en promedio, mayor presión arterial y un índice cintura-cadera elevado, dos factores directamente relacionados con enfermedades cardiovasculares.
Esto sugiere que la obesidad no es solo un problema médico, sino también social: el acceso a una alimentación saludable, la actividad física y los controles clínicos regulares siguen siendo un privilegio para millones en los Estados Unidos.
Urgencia sanitaria: una bomba de tiempo para la salud pública
Las proyecciones son tan serias como inevitables: si la tendencia actual se mantiene, casi la mitad de la población adulta estadounidense tendrá obesidad para 2030. Las cifras ya no permiten margen para la inacción: los investigadores insisten en que la obesidad debe ser tratada como una enfermedad crónica multifactorial, con políticas públicas que aborden desde el etiquetado frontal hasta los subsidios a alimentos saludables, pasando por la cobertura obligatoria de tratamientos farmacológicos y psicológicos.
“Una porción considerable de estas enfermedades podría prevenirse con un manejo efectivo de la obesidad”, explicaron desde Johns Hopkins. Y agregaron: “La carga médica, emocional y económica es inmensa. Hacer nada ya no es opción”.
Si llegaste hasta acá tomate un descanso con la mejor música