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03
Sáb, May

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Mientras el gobernador Claudio Vidal presenta un ambicioso plan de obras públicas, en las casas santacruceñas se multiplica el reclamo silencioso por alimentos, sueldos dignos y servicios básicos. ¿Puede la obra pública suplir la falta de respuestas ante una crisis social profunda?

Entre anuncios y silencios: la otra cara del Primero de Mayo en Santa Cruz

En la provincia de Santa Cruz, el Día del Trabajador de este veinte veinticinco no llegó con aumentos salariales ni con alivios concretos al bolsillo, sino con una catarata de anuncios de obras públicas por parte del gobernador Claudio Vidal. Polideportivos, plantas cloacales, viviendas, pozos de agua, electrificación de puertos: una lista extensa y ambiciosa que intenta dibujar un futuro en medio de un presente agobiante.

Pero detrás de los números millonarios y los actos oficiales, la pregunta es otra: ¿pueden estas promesas revertir la caída del consumo de carne, de leche, de pan? ¿Alcanzan para apaciguar el descontento que se respira en las salas de espera de los hospitales sin insumos, en las escuelas con techos que gotean, o en las mesas familiares cada vez más flacas?

Porque lo que falta no es cemento. Lo que falta es dignidad. Y esa no se construye con renderizados, sino con salarios justos, con presencia real del Estado donde más duele, con una política que mire de frente a su pueblo.

Obras para tapar bocas, no para resolver urgencias

El gobernador Claudio Vidal eligió mostrar gestión a través de la obra pública. Y aunque es cierto que muchas de esas intervenciones son necesarias —algunas, largamente esperadas—, lo que resulta evidente es que su puesta en escena busca más blindaje político que transformación social. Porque las obras llegan sin un plan integral de desarrollo, sin un calendario claro, y sobre todo, sin diálogo honesto con la sociedad que las necesita.

Lo que sí hubo, y en abundancia, fueron intendentes alineados, posando en el acto como si la realidad de sus localidades no los atravesara. Aunque conocen la falta de infraestructura en salud, las penurias en educación, el deterioro en los ingresos, eligieron sellar su silencio a cambio de un compromiso de obra. Fue una foto sin épica, sin pueblo, y sin legitimidad.

Mientras tanto, en los barrios se empieza a gestar otro tipo de conversación: la que no tiene micrófonos ni protocolo, pero sí memoria y dolor. Personal médico denunciando la precariedad en los hospitales, juntas vecinales que no reciben respuestas, docentes que deben cubrir con su bolsillo lo que el Estado no provee. Una red de actores que, sin ruidos, está construyendo el relato que la política niega.

El precio del silencio y la urgencia de una nueva voz

El problema no es que el gobierno anuncie obras. El problema es que lo haga en lugar de hablar del hambre, del salario, de la angustia cotidiana. En lugar de asumir que el contrato con su electorado se basó en otra promesa: sueldos de petroleros, dignidad en la mesa, y cercanía con la gente. Ninguna de esas promesas está hoy en pie.

Lo más preocupante no es la caída de la imagen del gobernador, sino la ausencia de respuesta política a esa caída. La oposición institucional se diluye entre convenios y pactos de cemento, y deja al pueblo sin una voz que lo represente. Pero la historia enseña que, cuando eso ocurre, el murmullo se convierte en grito. Y cuando el grito no encuentra canales, puede arrasar con todo.

Santa Cruz está en una encrucijada. Puede ser gobernada por el marketing de la obra, o puede recuperar el valor de la palabra. Puede seguir administrando el silencio o empezar a escuchar el murmullo que crece en sus calles.

Y la pregunta es tan sencilla como urgente: ¿quién se atreverá a decir la verdad cuando todos los demás eligen callar?

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