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Sáb, Abr

Interés General

El Palacio Municipal de Río Gallegos cumplió 100 años. Y la ciudad lo festejó como se festejan las cosas que duelen y enorgullecen al mismo tiempo: con lágrimas, discursos, placas y un pasillo que ahora habla. Literalmente.

La ceremonia encabezada por el intendente Pablo Grasso reunió a funcionarios, ex intendentes, gremialistas, veteranos de Malvinas y vecinos históricos de la ciudad. No fue un simple acto de protocolo. Fue, en muchos sentidos, un ensayo de lo que podría ser la nueva identidad pública de la capital santacruceña: una mezcla de memoria viva y modernización con gusto a riesgo.

“Este municipio fue gobernado por distintos sectores políticos, siempre con la intención de hacer las cosas bien”, dijo Grasso en un discurso cargado de emotividad, aunque también de señales políticas. “Nos equivocamos muchas veces, pero también acertamos y crecimos juntos”.

El edificio y su nueva vida digital

El centenario vino acompañado de una remodelación integral del pasillo central del edificio, donde ahora se proyecta un video animado que revive a todos los intendentes que pasaron por la ciudad desde 1912. Un archivo interactivo que combina historia local e inteligencia artificial, como parte de una apuesta por digitalizar la memoria institucional.

“Van a poder ver representaciones interactivas de quienes forjaron los primeros años de gobierno en esta ciudad”, anunció Grasso, mientras anticipaba una transformación más amplia que incluye acceso inteligente a documentos, asistentes digitales y mejoras de accesibilidad en las oficinas públicas.

En tiempos donde la modernización estatal muchas veces significa recorte o ajuste, la incorporación de tecnología en el municipio se presentó, al menos esta vez, como una herramienta para fortalecer el vínculo con la comunidad.

La bandera que volvió de Malvinas

Uno de los momentos más potentes de la jornada fue la entrega de una bandera que acompañó la tumba del soldado José Honorio Ortega, caído en la guerra de Malvinas. El presente fue donado por Fernando Alturria, en representación de los veteranos, quienes a su vez recibieron una medalla conmemorativa por el centenario del Palacio.

Ese gesto, que tensó el aire con una emoción densa y transversal, pareció sintetizar lo que significa este edificio: un lugar que, más allá del cemento y los planos, guarda las cicatrices y las gestas de una ciudad marcada por la historia nacional.

También se reconoció a empleados municipales con medallas por su trayectoria: Jorge Avilés, Estela Escudero, Manuel Hernández, Jorge Rivarol, Diego Cúñales y la enfermera Irene Cruz, todos referentes silenciosos de una administración que sobrevive al ritmo cambiante de las gestiones.

La Asociación Española de Río Gallegos, una de las instituciones pioneras de la ciudad, también fue distinguida por su aporte a la vida comunitaria.

Un acto con sabor a pulseada política

El acto no fue solo una postal festiva. Fue, también, una puesta en escena con fuerte contenido simbólico. Con la presencia de diputados como Eloy Echazú, Agostina Mora y Carlos Godoy, y figuras como Soledad Kamu, Martín Chávez y el ex intendente Juan Carlos Villafañe, la ceremonia pareció una señal de unidad institucional… pero también una reafirmación de liderazgo en un contexto provincial complejo.

Grasso, sin decirlo del todo, se posicionó como quien puede conectar pasado y futuro sin borrar lo que vino antes. El guiño a la inteligencia artificial y la recuperación de símbolos identitarios fueron parte de ese relato en construcción.

En un pasaje más íntimo del discurso, el intendente recordó con dolor el reciente fallecimiento del Papa Francisco. “Esta conmemoración se da en un contexto de duelo por la pérdida de un líder espiritual significativo para el pueblo”, expresó, hilando historia local con un duelo global.

Tecnología con historia adentro

La placa descubierta al final del acto no fue solo de bronce: fue una promesa. Porque si algo mostró este centenario es que la historia no se conserva sola, y que cualquier intento de mantenerla viva necesita voluntad política, memoria colectiva y —por qué no— una pizca de tecnología.

En Río Gallegos, un edificio municipal aprendió a contar su propia historia. Y eso, en tiempos donde todo parece olvidarse rápido, vale más que cualquier discurso.

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