El reciente episodio en Aeroparque, donde la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, fue increpada por pasajeros, fue sido calificado por el secretario de Trabajo, Julio Cordero, como un "grave caso de violencia institucional".
No obstante, resulta importante señalar que este clima de tensión y confrontación fue y esta siendo alimentado por el propio gobierno de Javier Milei desde el inicio de su gestión.
Desde que asumió la presidencia, Milei adoptó un discurso agresivo y polarizador, basado en la confrontación constante. Este "shock verbal", como lo describen muchos, no solo apunta contra sus opositores políticos, sino también contra instituciones, periodistas y cualquier figura pública que no esté alineada con su visión. Si bien busca desmantelar lo que él llama la "hegemonía cultural kirchnerista", este enfoque provoca la normalización de la violencia simbólica y verbal en la esfera pública.
Uno de los ejemplos más claros de esta violencia simbólica fue la reinstauración del "Día de la Raza", que generó fuertes críticas por parte de aquellos que vieron en esa medida una negación de las culturas preexistentes en América. Este tipo de acciones no solo polarizan a la sociedad, sino que también alimentan un ambiente de confrontación permanente.
La falta de condena por parte del gobierno ante los episodios de violencia similares o peores sufridos por opositores o críticos de su gestión es alarmante. Mientras que en casos como el de Pettovello se adopta una postura de victimización, cuando los agredidos son figuras opositoras, el oficialismo suele mantener el silencio. Este doble estándar profundiza aún más las divisiones sociales y legitima, en cierta medida, la violencia cuando no afecta a los propios.
Este clima social se puede ver reflejado en manifestaciones de los últimos días, como las ocurridas en la Plaza del Congreso, donde se produjeron enfrentamientos entre grupos políticos opuestos, alimentados por el tono hostil que el gobierno de Milei permite y amplifica. El hecho de que el oficialismo no condene estos actos cuando afectan a sus adversarios plantea serios interrogantes sobre su compromiso con el respeto democrático y el diálogo plural.
Lo cierto es que el propio gobierno tiene que asumir su responsabilidad en la creación de este clima hostil. Las palabras y el tono que utilizan los líderes políticos tienen un impacto real en la sociedad, y la retórica agresiva y divisiva que promueven desde el oficialismo no puede ser ignorada. Si bien es innegable que todas las agresiones deben ser condenadas, el gobierno de Milei debe reconocer que ha contribuido a este ambiente de violencia y polarización, y trabajar para revertirlo.
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