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09
Mié, Jul

Interés General

El sector farmacéutico argentino está atravesando un momento de contrastes. Por un lado, se celebra un crecimiento exportador del 8,5% en julio, que se suma a tres meses de alzas continuas, empujando el acumulado del año a casi mil millones de dólares.

Pero esa es solo una cara de la moneda. En casa, la realidad es bien distinta: el consumo de medicamentos en el país cayó un 26,4%, lo que revela un problema de fondo mucho más profundo.

Este crecimiento en exportaciones no es casual ni fruto de un "milagro" de las empresas privadas. Detrás de esto está el resultado de décadas de inversión estatal en ciencia, tecnología e investigación. La industria farmacéutica argentina logró, con esfuerzo y políticas públicas a cuestas, posicionarse en mercados exigentes como Europa y América Latina. Programas como los del CONICET, las universidades públicas y la infraestructura científica nacional han sido fundamentales para que hoy los laboratorios locales puedan cumplir con los rigurosos estándares internacionales. Es un logro, sin duda, pero tiene una vuelta de tuerca que no podemos ignorar.

Mientras exportamos con éxito, millones de argentinos no pueden costear ni siquiera sus medicamentos más básicos. ¿Cómo es posible que una industria que crece en dólares afuera se desmorone adentro? Es simple: la economía local está deshecha. La inflación desbordada y la pérdida del poder adquisitivo dejan a muchos argentinos fuera del acceso a algo tan esencial como su salud. Y esto debería indignarnos.

Los laboratorios ven en la exportación una salida frente a la caída brutal de la demanda interna, pero este escape no resuelve el problema de fondo. Es más, pone en evidencia lo que pasa cuando la política económica se enfoca únicamente en las grandes cifras y no en la gente. Las cifras pueden ser alentadoras para el comercio exterior, pero, ¿qué pasa con las farmacias vacías, las personas mayores sin sus medicamentos, y una clase trabajadora que cada vez tiene menos poder para cubrir sus necesidades?

Este contexto también se refleja en el aumento del 35,3% en las importaciones de medicamentos, lo que da una pista de la dependencia que tiene el país de insumos externos para atender su propio mercado. Pero aún con esas importaciones, las farmacias siguen viendo cómo el público local recorta cada vez más en lo esencial.

Entonces, mientras celebramos el éxito exportador, la pregunta que queda flotando es: ¿cómo hacemos para que este crecimiento afuera también beneficie a los de adentro? Porque de poco nos sirve que la industria brille afuera si las personas en Argentina siguen sin acceso a algo tan básico como los medicamentos.

El verdadero desafío no es solo seguir exportando más, sino reconstruir un mercado interno que hoy está hecho pedazos.

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