Nuevas técnicas revelan signos de conciencia en personas que no responden. Una revolución médica y filosófica que nos obliga a repensar qué significa “estar vivo”.
En 2005, en un hospital británico, una joven de 23 años parecía perdida para siempre. No hablaba, no respondía, no abría los ojos. Nada. Y, sin embargo, algo ocurrió cuando los científicos le pidieron que imaginara que jugaba al tenis.
En la pantalla de la resonancia, su cerebro se encendió. Las áreas motoras se activaron como si realmente estuviera levantando la raqueta.
¿Cómo explicar eso? No era un simple reflejo. Había entendido la instrucción. Había decidido cooperar. Su cuerpo estaba quieto, pero su mente seguía despierta.
El neurocientífico Adrian Owen entendió en ese momento que mirar solo el comportamiento externo no era suficiente. Había que encontrar formas de detectar la conciencia “desde dentro”.
Las capas de la cebolla
El investigador italiano Marcello Massimini compara el estudio de la conciencia con pelar una cebolla: quitas una capa y aparece otra más profunda.
Primera capa: La más simple: observar si un paciente aprieta una mano o mueve los ojos cuando se lo piden. Si lo hace, está consciente.
Segunda capa: Para quienes no se mueven, se mide la respuesta cerebral a órdenes verbales. Como el famoso ejemplo del tenis. Esto se conoce como conciencia encubierta.
Tercera capa: Se prueba sin dar órdenes. Por ejemplo: reproducir un discurso coherente y luego el mismo audio pero al revés. Solo el primero debería activar áreas del lenguaje. Si eso ocurre, significa que el cerebro entiende, aunque la persona no lo demuestre.
Cuarta capa: La más esquiva: una conciencia totalmente aislada, sin estímulos externos. Aqui entra la técnica de estimulación magnética transcraneal con EEG. Se aplica un pulso al cerebro y se observa cómo se propaga. Si el patrón es complejo, hay diálogo interno entre regiones cerebrales. Ese es un índice de conciencia, incluso si el paciente parece apagado.
Un asunto de vida o muerte
Esto no es solo ciencia de laboratorio. En el mundo, decenas de miles de personas viven en estados no responsivos. Determinar si aún hay conciencia puede cambiar decisiones críticas: ¿continuar con soporte vital?, ¿qué tipo de rehabilitación aplicar?, ¿qué expectativas de recuperación hay?
Los estudios muestran algo alentador: los pacientes con señales encubiertas de conciencia tienen más probabilidades de mejorar que aquellos que no muestran ninguna.
Más allá del ser humano
Detectar conciencia se complica todavía más cuando salimos de la especie humana. No podemos preguntarles a un pulpo o a un elefante si están “presentes”. Pero sí podemos observar su conducta.
Un experimento famoso: pulpos que aprendieron a evitar una cámara donde habían sentido dolor. Cuando se les administró un anestésico, volvieron a entrar. Eso no es un simple reflejo. Es memoria del sufrimiento y capacidad de evitarlo.
Elefantes que se reconocen en un espejo, chimpancés que fabrican herramientas, aves que esconden comida para recuperarla después. Todo apunta a formas de conciencia distintas, pero reales.
Estos hallazgos ya tienen consecuencias legales. En 2022, el Reino Unido amplió la protección animal a pulpos, cangrejos y langostas. En 2024, más de cien científicos firmaron una declaración: mamíferos y aves son conscientes, y muchos otros animales probablemente también.
El horizonte inquietante
La discusión no termina en animales. Ahora los debates tocan los organoides cerebrales —pequeños cerebros cultivados en laboratorio— y, por supuesto, la inteligencia artificial.
¿Podrían volverse conscientes? Nadie lo sabe. La neurocientífica Liad Mudrik lo plantea sin rodeos: “Si llega el día en que estos sistemas se vuelvan conscientes, lo mejor será estar preparados”.
Si descubrimos conciencia donde nunca la habíamos buscado —en un paciente inmóvil, en un pulpo, en un trozo de tejido cerebral o en una máquina—, ¿qué haremos con ese descubrimiento?
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