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06
Mar, May

Ciencia y Tecnología

Científicos chinos desarrollaron un robot controlado por un organoide cerebral cultivado en laboratorio a partir de células madre humanas.

El futuro llegó, y su circuito está conectado a un cerebro humano en miniatura. Científicos chinos lograron desarrollar un robot que no depende de algoritmos clásicos, sino de tejido cerebral humano cultivado en laboratorio.

El proyecto, bautizado como MetaBOC (Brain-on-Chip), fue desarrollado por investigadores de la Universidad de Tianjin y la Universidad de Ciencia y Tecnología del Sur. En términos simples, se trata de una plataforma donde un organoide cerebral—una estructura neuronal tridimensional creada a partir de células madre humanas—controla los movimientos de un robot mediante una interfaz electrónica bidireccional.

¿Cómo funciona?

El sistema combina biología y electrónica. El organoide cerebral emite impulsos eléctricos, los cuales son traducidos por un chip en comandos concretos para el robot: evitar obstáculos, seguir un objeto o interactuar con su entorno.

A la inversa, el robot envía información sensorial de su entorno hacia el tejido cerebral, lo que establece un circuito de retroalimentación que emula rudimentariamente el aprendizaje.

Un paso (bio)lógico

Este hito promete revolucionar al menos tres campos:

Neurociencia: MetaBOC ofrece un modelo sin precedentes para estudiar cómo funciona el cerebro y cómo se desarrollan enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson.

Medicina personalizada: A partir del cultivo de tejidos de pacientes, se podrían ensayar tratamientos sobre mini-cerebros sin intervenir directamente en los pacientes.

Robótica adaptativa: Los robots del futuro podrían aprender y adaptarse mediante redes neuronales biológicas, algo impensado hasta hace pocos años.

¿Y los límites?

No todo es celebración. El avance también despierta alarmas éticas. ¿Puede una entidad robótica con tejido humano considerarse parcialmente viva? ¿Estamos cerca de una conciencia artificial con base biológica?

Los científicos reconocen que el sistema tiene aún una madurez limitada: los organoides necesitan mejores condiciones de nutrición y oxigenación, y no poseen funciones cerebrales superiores como la conciencia o el razonamiento abstracto.

Pero la dirección es clara. La línea que separaba lo vivo de lo artificial acaba de difuminarse un poco más.

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