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Mar, Dic

Ciencia y Tecnología

Desde la turbidez en la cerveza hasta el papel de los sulfitos en el intestino, cuatro nuevos estudios muestran que estas antiguas bebidas aún guardan secretos microscópicos.

Durante miles de años, la humanidad ha fermentado cereales y uvas sin pausa, creyendo conocer de memoria el arte del brindis. Pero la ciencia, siempre curiosa y obstinada, sigue encontrando misterios escondidos en cada burbuja y cada sorbo.

Una serie de investigaciones publicadas en la Journal of Agricultural and Food Chemistry de la American Chemical Society (ACS) revela cuatro hallazgos sorprendentes que unen bioquímica, sensorialidad y salud.

1. El ARN de la levadura: el secreto de las cervezas turbias

Las cervezas turbias —como las New England IPA— se han vuelto íconos de la cultura cervecera contemporánea.
Su aspecto brumoso y textura aterciopelada no es un defecto: es un efecto buscado.

Hasta ahora, la turbidez se atribuía a la unión entre proteínas de la cebada y polifenoles del lúpulo. Pero un nuevo estudio demostró que también puede provocarse añadiendo extractos de levadura ricos en ARN.

El ácido ribonucleico actúa como un “pegamento molecular”, interactuando con las proteínas para dispersar microagregados que nublan la bebida.
Más que un hallazgo anecdótico, esto abre una vía para controlar la apariencia y la textura de la cerveza sin alterar su sabor.

2. Una tira reactiva que detecta gluten en tres minutos

Para quienes padecen enfermedad celíaca o sensibilidad al gluten, el brindis puede ser un terreno peligroso.
Los investigadores desarrollaron una prueba de flujo lateral —similar a un test rápido de embarazo— capaz de detectar gluten en alimentos y bebidas con una precisión del 98 %.

El dispositivo mide concentraciones de 0 a más de 20 partes por millón (ppm), el umbral que la FDA define como “libre de gluten”.
El resultado aparece en menos de tres minutos y puede diferenciar entre varios rangos de concentración.

Una herramienta sencilla, portátil y eficaz que podría mejorar la seguridad de los consumidores y la trazabilidad de productos fermentados.

3. Por qué el vino tinto deja la boca seca

La astringencia del vino —esa sensación de tirantez o sequedad— siempre se atribuyó a los taninos, compuestos vegetales que precipitan proteínas en la saliva.
Pero un nuevo estudio fue más allá: descubrió que los taninos modifican el flujo de agua a través de las acuaporinas, los canales microscópicos que regulan la hidratación celular.

El resultado es un pequeño desequilibrio osmótico: más agua sale que entra, dejando una sensación de sequedad.
La experiencia del vino, por tanto, no solo depende de la lengua o el paladar, sino del nivel molecular del transporte de agua.

Un hallazgo que une la enología con la fisiología humana y explica por qué algunos vinos “raspan” más que otros.

4. Sulfitos y microbioma: un delicado equilibrio

Los sulfitos son los guardianes invisibles del vino. Evitan la oxidación y el crecimiento bacteriano, pero también generan dolores de cabeza o molestias digestivas en algunas personas.
Para entender por qué, un equipo reprodujo la digestión humana en laboratorio, comparando vinos con y sin sulfitos.

El resultado fue claro: las muestras con sulfitos redujeron ciertas bacterias intestinales beneficiosas y aumentaron otras potencialmente dañinas.
Sin embargo, el efecto fue menos pronunciado en el vino real que en el control de etanol.
La razón parece ser que los polifenoles del vino ejercen un papel protector, atenuando el impacto químico de los sulfitos sobre el microbioma.

En otras palabras, el vino sigue siendo un ecosistema químico complejo, donde la agresión y la protección conviven en la misma copa.

Si conocemos ya la química íntima del brindis,

¿podremos algún día diseñar una cerveza o un vino “personalizados” para nuestro propio cuerpo y microbioma?

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