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Sáb, Sep

Ciencia y Tecnología

El uso combinado de organoides, bioimpresión y neurociencia abre la posibilidad de futuros tratamientos para quienes hoy enfrentan parálisis irreversible.

Una promesa que parecía imposible

La parálisis es, quizá, una de las noticias más duras que alguien puede recibir. Una caída, un accidente, un instante que corta la médula espinal… y todo cambia. La medicina ha aprendido a salvar vidas en esos momentos, pero recuperar el movimiento ha sido, hasta ahora, un muro infranqueable.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Minnesota Twin Cities decidió enfrentar ese muro con herramientas poco convencionales: impresoras 3D, células madre y organoides. Lo que consiguieron no es la cura definitiva, pero sí un primer salto prometedor.

El puente microscópico

La idea es sencilla de contar, pero compleja de ejecutar. Los científicos fabricaron andamios en miniatura, impresos en 3D, con canales microscópicos. Esos canales se llenan con células progenitoras neurales, derivadas de células madre humanas.

La función del andamio es guiar. Dirige el crecimiento de las fibras nerviosas, como si dibujara un camino para que crucen la zona dañada. Así, en lugar de intentar reparar lo que está muerto, se construye un puente vivo que esquiva el vacío.

“Es un sistema de retransmisión”, explicó Guebum Han, autor principal del trabajo. “No obligamos a la médula a repararse sola. Le damos una vía alternativa”.

Resultados en ratas

El ensayo fue radical: médulas espinales completamente seccionadas en ratas. Y, sorprendentemente, funcionó.

  • Las células madre se convirtieron en neuronas.
  • Las fibras nerviosas crecieron en ambas direcciones, hacia la cabeza y hacia la cola.
  • Se integraron con los circuitos del animal.
  • Con el tiempo, los roedores recuperaron movimiento.

La profesora Ann Parr, neurocirujana del equipo, fue clara: “Estamos viendo el inicio de algo nuevo. Nuestras minimédulas podrían ser la base de terapias reales”.

De la rata al paciente

Claro, la distancia entre una rata de laboratorio y un paciente humano es enorme. Harán falta años de pruebas, optimización, ensayos clínicos y, sobre todo, tiempo.

Pero hay un cambio de tono. La medicina regenerativa, que hasta hace poco sonaba a promesa futurista, empieza a mostrar aplicaciones concretas. Y eso, en un campo donde la esperanza suele escasear, es un avance en sí mismo.

Si llegamos a imprimir y trasplantar “minimédulas” capaces de devolver el movimiento, ¿seguirá siendo la parálisis un destino definitivo… o apenas un reto técnico que la ciencia está a punto de resolver?

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