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Jue, Sep

Nacional

Ayer, la Quinta de Olivos fue testigo de una celebración que dejó una mancha difícil de ignorar en la política argentina. En una fastuosa parrillada, Javier Milei reunió a 87 diputados —de los cuales asistieron 71— para agradecerles su apoyo al veto que bloqueó un aumento del 8,1% en las jubilaciones.

Mientras el asado incluía chorizos, achuras y hasta un vino de alta gama traído por uno de los legisladores, en las calles, a pocos metros de la Quinta, la realidad era muy distinta: jubilados que no pueden pagar sus remedios, personas mayores cuyos ingresos no les alcanzan ni para lo más básico, y sobre todo, indignación.

Este evento no fue solo un almuerzo; fue la consumación de una desconexión flagrante entre las elites gobernantes y los sectores más vulnerables. La escena de políticos celebrando con carne y vino de calidad, mientras afuera miles de jubilados marchaban por las calles protestando pacíficamente, no podría ser más contrastante.

El presidente, como si buscara cimentar su bloque de apoyo, aprovechó la ocasión para hablar de la "necesidad de mantener un scrum fuerte en el Congreso", recordando que sus políticas necesitan respaldo para sobrevivir. La foto de los diputados riendo, comiendo, brindando, fue quizás una postal simbólica del país que Milei gobierna: los que tienen y los que no. Los que comen bien y los que deben conformarse con una jubilación paupérrima.

Pero el asado de la crueldad no fue un simple evento anecdótico. Horas después, la situación se trasladó de los manteles elegantes a las calles del centro de Buenos Aires, donde la represión contra los jubilados tomó un tinte más oscuro. Gases, palos y gritos dominaron la escena cuando la policía intentó dispersar a los manifestantes que exigían lo mínimo: un poco más de dignidad para sobrevivir en una economía que los está empujando al borde.

El contraste entre la fiesta puertas adentro y la brutalidad afuera recuerda los peores episodios de una clase dirigente desconectada de las demandas populares. Mientras Milei hablaba de equilibrio fiscal y austeridad, la realidad de miles de jubilados en el país sigue siendo un drama cotidiano. No hay nada más simbólico de esa contradicción que la imagen de un gobierno que celebra con sus aliados mientras reprime a los que luchan por sobrevivir.

¿Dónde queda la promesa de una "nueva política" cuando los actos recuerdan viejas prácticas? Los heridos tras la represión, muchos de ellos personas de avanzada edad, no fueron solo víctimas de la policía, sino también de un sistema que parece haber olvidado su misión fundamental: proteger a los más débiles.

En esta dualidad entre la ostentación y la represión, el gobierno de Milei demostró que sus prioridades están claras: los intereses de una minoría respaldada por la política, mientras los sectores más vulnerables solo reciben gases y palos.

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