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Mar, Abr

Interés General

Paulo Croppi, ingeniero civil, empresario, funcionario público y ahora libertario devenido en ejecutor de políticas de demolición, su derrotero combina ambición, promesas rotas y un epílogo indignante: la destrucción de un símbolo cultural que caló hondo en la memoria santacruceña.

Messi:

En su momento, Croppi fue presentado por el entonces intendente de Río Gallegos, Roberto Giubetich, como “el Messi de la obra pública”. Era agosto de 2018 y la capital santacruceña estaba hundida en baches, desagües colapsados y promesas incumplidas. El flamante secretario de Obras Públicas y Urbanismo llegó con credenciales empresariales —presidente de AVANZAR S.A., constructora con fuerte presencia en licitaciones estatales, dueño del Hotel Santa Cruz— y con el halo de quien venía a resolverlo todo.

Pero la ilusión duró poco. Lo suyo fue un naufragio anunciado.

La ciudad que nunca fue

Croppi asumió como si llegara a refundar una ciudad, pero terminó siendo el símbolo de lo que no se hizo. De los 480 baches relevados durante su gestión, solo 95 fueron reparados. La obra hidráulica en la Cuenca Sarmiento, clave para evitar inundaciones, quedó inconclusa.

El natatorio municipal permaneció clausurado. El centro NIDO, la recolección de residuos y el teatro municipal se convirtieron en proyectos fantasma. Y quizás el tema más sensible de aquellos días fue la persistente contaminación cloacal en las calles, una crisis sanitaria que no supo —o no quiso— enfrentar.

El listado de fracasos es mucho más extenso y en definitiva su gestión fue tan deficiente que en mayo de 2019 Giubetich lo removió del cargo.

“Los municipios no crecieron de forma eficiente en gobiernos democráticos”, dijo Croppi días después. Como si el problema fuera la democracia y no su ineficiencia. Ese día, en retrospectiva, se encendía la chispa de su conversión ideológica: de tecnócrata frustrado a cruzado libertario.

Libertario

En mayo de 2024, con el sello de Javier Milei, Croppi volvió al ruedo y a tomar de la teta del estado. Esta vez como jefe del Distrito 23 de Vialidad Nacional. Lo pusieron al frente de proyectos estructurales, entre ellos la inconclusa autovía Caleta Olivia - Rada Tilly, promesa eterna que todavía no se concreta.

Pero si algo marcará su paso por la función pública no será el cemento, sino la destrucción.

El hecho maldito

En un claro acto premeditado y bajo su gestión, se consumó uno de los hechos más repudiables desde el retorno de la democracia en Santa Cruz: la demolición de la escultura en homenaje a Osvaldo Bayer.

No fue un error. Fue una orden. Una decisión política alineada con el discurso negacionista del gobierno nacional. Un gesto simbólico cargado de violencia ideológica, ejecutado en silencio pero con precisión quirúrgica.

Osvaldo Bayer no era solo un nombre en una placa. Era historia, pensamiento crítico, coraje ético. Demoler su escultura no fue un capricho aislado, fue una advertencia: vienen por la memoria, por la cultura, por los símbolos que incomodan al poder.

Croppi, esta vez, no fue el ingeniero de la obra, sino el operario que atravesado por el odio pretende derrumbar la memoria del pueblo santacruceño.

Final abierto

De “Messi de la obra pública” a peón de un Estado que desprecia lo público, la trayectoria de Paulo Croppi es también el reflejo de un tiempo político donde el pragmatismo empresarial se mimetiza con el autoritarismo cultural, pero se olvidan que el ninguna cantidad de cemento alcanzará cuando lo que se pretende es edificar es el olvido.

Y en este repudiable intento de borrar símbolos, lo que hicieron fue dejar muy claro quiénes son y qué representan.

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