El ministro justificó el ajuste brutal y calificó como “peligrosa” cualquier suba en las jubilaciones. Detrás del relato técnico, la política económica se muestra como un castigo a los más pobres.
Luis Caputo volvió a hacer lo que mejor sabe: usar números como arma política. Esta vez lo hizo en una charla de streaming junto a Santiago Bausili y José Luis Daza, donde mezcló defensas acaloradas del ajuste con frases que rozan el cinismo absoluto. “Buscan destruir el ancla fiscal, el corazón del modelo”, disparó contra la oposición que impulsa un proyecto para recomponer haberes jubilatorios. Sí, para Caputo, pagarle mejor a los jubilados es una amenaza al modelo económico que encabeza junto a Javier Milei.
En su argumentación, el ministro no escatimó frases polémicas. Recordó que en 2023, con Alberto Fernández, “los jubilados perdieron un 30%”, y que “jubilaron 3,9 millones de personas sin aportes”. Pero cuando le tocó hablar del presente, se escudó en un vago “con nosotros los jubilados ganaron un 15%”. ¿Basado en qué datos reales? ¿En qué canasta básica? Porque lo que se ve en la calle –colas para conseguir descuentos, subalimentación en comedores, aumento de indigencia entre adultos mayores– contradice brutalmente ese relato.
La defensa que hace Caputo del ajuste como acto “responsable” no es inocente. Lo justifica diciendo que “el ajuste lo hizo el sector público”, que fue “gasto espurio y corrupción”. Pero ese relato olvida que, mientras se recortan medicamentos, subsidios y presupuesto educativo, los bancos multiplican ganancias y las grandes empresas fugan divisas. Lo que Caputo llama “gasto espurio” es, en muchos casos, la vida misma de millones.
Más adelante, se permitió ironizar sobre la Casa de la Moneda y sus billetes sin destruir, mientras baraja “quemarlos”. Literal. “Pasamos la inflación al horno”, dijo entre risas. Esa liviandad discursiva para hablar de un drama social como la inflación contrasta con la severidad con que trata cualquier intento de mejora jubilatoria.
Pero el verdadero núcleo ideológico se expuso cuando afirmó que el kirchnerismo es “un partido en extinción” que ve la política como “una caja de cajas”, y que la oposición quiere “una causa que la gente pueda sentir”. Esa frase delata lo que realmente molesta al oficialismo: que la política tenga algún impacto en la vida concreta de las personas. Lo suyo, en cambio, es un Excel implacable: si no cierra, se corta.
Y mientras tanto, el relato se completa con promesas vagas: “duplicamos AUH y Tarjeta Alimentar”, “cuidamos a los vulnerables”, “hoy las inversiones llegan más rápido”. Palabras que, en el mismo país donde crece el desempleo, el consumo se desploma y los precios vuelan, suenan vacías o directamente ofensivas.
Caputo, el mismo que endeudó al país en tiempo récord durante el macrismo, vuelve ahora como paladín del equilibrio fiscal, pero lo hace enfrentando a los más débiles. Si el corazón del modelo es que los jubilados cobren cada vez menos, ¿de qué modelo estamos hablando?
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